Con el paso de los años y a
medida que he ido probando diferentes comidas y descubriendo distintos sabores,
me he dado cuenta de que los alimentos amargos no son de mi preferencia: cosas
tales como las endivias, el pepino, los espárragos, el chocolate negro, el
cacao, el regaliz, la rúcula, las espinacas, las avellanas, el caramelo del
flan… me resultan bastante poco apetecibles, por ser consideradas por mi
cerebro como “demasiado amargas”. Y no digamos ya si hablamos de bebidas, como
el café, la cerveza –al parecer por su contenido en lúpulo-, el té o la tónica
(esta última absolutamente repulsiva para mí; no digamos ya el infumable Bitter
Kas): la simple ingestión de cualquiera de los líquidos mencionados provoca una
sensación de amargor que ha hecho que renuncie absolutamente a probarlos. Lo
reconozco, pertenezco a ese reducidísimo grupo de la sociedad al que no le
gusta tomarse un café ni una cerveza cuando va a cualquier bar o cafetería con
los amigos. Y si pides un zumo, o un agua mineral, o algún refresco de cola,
etc. siempre hay alguien que te mira pensando “este rarito que no toma café…” o
“no bebe cerveza porque está en fase de deshabituación alcohólica…” Total, que
ya me he acostumbrado a reconocerlo públicamente y siempre suelo decir lo
mismo, sin dar muchas más explicaciones: “no… no tomo café porque NO me gusta”
Pues bien, al parecer esto tiene
su explicación científica. Después de indagar un poco por internet, he
encontrado una explicación que dice que “todo radica en la genética y la
diferencia entre mis gustos y los de otra persona depende de nuestra herencia y
no de la educación alimenticia ni de nuestras costumbres…” Aquí os dejo un
fragmento de este artículo, extendido por bastantes blogs y páginas de la red,
que deja bastante claro el motivo de mi aversión por lo amargo
“Ya está este achacándole todo a
los genes” dirá más de un lector. Pues no. Todo no es achacable a los genes,
pero en este caso concreto, y con el resto de los sabores que saboreamos, sí es
totalmente achacable a los genes y, además, de algunos sabores se conocen
exactamente qué genes son, qué proteínas fabrican, dónde se encuentran
localizadas estas proteínas y cómo funcionan.
Vayamos a las espinacas. Las hojas de esta planta tienen unos
productos, denominados flavonoles, que dan un sabor amargo. Productos amargos
del mismo tipo o similares también los tienen los brócoles, las endivias, las
coles, las coliflores y otras verduras, y también bebidas como la cerveza, el
café o la tónica (por la quinina) y es la razón por la que a algunas personas
les saben amargas y las rechazan.
¿Algunas personas?, ¿no les saben amargas a todas? Ahí está el quid. No
todas las personas detectan el sabor amargo de estas sustancias. La razón está
en que si no tienen los receptores de este sabor en su lengua no lo pueden
detectar, mientras que los que tienen estos receptores detectan el sabor amargo
y les sabe mal. Algunas personas, además, pueden ser muy sensibles a estas
sustancias y detectan un sabor a rayos.
El sabor amargo es uno de los cinco sabores que detectamos los humanos
y, desde luego, el más estudiado. Estos sabores son: amargo, dulce, salado,
agrio y umami. Los cuatro primeros son bien conocidos por todos. El umami ha
sido el último en añadirse y proviene de una palabra japonesa usada para
describir un sabor carnoso y sabroso.
La base genética del sabor amargo se conoce desde hace casi ocho
décadas gracias al empleo de algunas sustancias que contienen en su molécula
una fracción tiocianato que dan una clara diferencia entre las personas que las
detectan, y les saben muy mal, y las que no les saben a nada. Estudiando la
herencia de este rasgo en muchas familias se detectó que está determinado por
un gen que es dominante sobre el que causa la no detección del sabor. Hoy
sabemos que el gen para el sabor amargo, conocido comoTAS2R, lo tenemos en el genoma humano en unas 25 copias que se
diferencian unas de otras en una sola de las mil dos letras ATGC que forman su
secuencia.
Este gen determina la síntesis de la proteína T2R que se localiza en
las papilas gustativas de la lengua y su función es ser el receptor de estas
sustancias amargas. Las variaciones de las 50 copias que tenemos del gen por
célula (ya que cada célula contiene dos genomas completos) determinan una
enorme variabilidad que podemos tener de estos receptores en toda la población
mundial. Si suponemos, para facilitar el cálculo, sólo tres posibles variantes
del gen y de la proteína (el número real podría estar cercano a un centenar)
éstas darían un número de combinaciones de un uno seguido de 29 ceros,
suficiente para que fuesen distintas tantas personas como casi un millón de
billones de billones de veces los habitantes de la Tierra. Es decir, que
encontrar dos personas iguales es imposible… ¡sólo en la percepción del sabor
amargo!
Estas variaciones hacen que cada persona pueda detectar diferentes
grupos de sustancias amargas y, además, que la sensibilidad con la que se
detectan cada una sea mayor o menor, por eso te pueden gustar las espinacas
pero no las coles, o gustarte la cerveza y no la tónica, aunque, como decía el
anuncio, probándolas muchas veces las personas sensibles pueden acabar
aceptándolas”
Para finalizar, una curiosidad:
el zumo de limón, sobre todo cuando los limones están muy maduros, también se
considera como algo amargo, en contra de lo que se podría pensar para
encuadrarlo en la división de alimentos o bebidas ácidas. Por eso os dejo aquí
este vídeo en el que las caras que aparecen son muy parecidas a la mía cuando
pruebo alguno de los alimentos arriba mencionados. Como no podía ser de otra
manera, la canción que lo acompaña es “Bitter Sweet Symphony” de THE VERVE.
2 comentarios:
Como tu dices, te recuerdo de siempre siendo poco amigo de los alimentos amargos, y si bien, no discrepo sobre lo que se relata en el artículo, creo que nuestras costumbres alimenticias también tienen algo que ver, ¿o acaso no se suele decir que somos lo que comemos?.
Yo por ejemplo, recuerdo que hasta mas o menos la edad de veinte años, no era muy amigo del café, y a base de tomarlo con la que hoy en día es mi mujer, no puedo comenzar el día sin tomar uno, o incluso dos.
Lo mismo me ha pasado con la cerveza. Hasta no hace mucho tiempo (hablo de cinco o seis años, no más), prefería tomar un refresco de cola o un zumo, pero ahora la tomo siempre que puedo, y he llegado a apreciarla tanto, que me gusta probar todas las variedades que "se me ponen a tiro".
Con esto quiero decir, que es probable que nuestros gustos se puedan llegar a cambiar con la costumbre, e incluso con la edad, que creo, también es un factor muy a tomar en cuenta.
D se ha partido con el vídeo.
Un saludo.
Pues yo te aseguro que lo he intentado, tanto con la cerveza como con el café, pero no ha habido manera. Al contrario, cuanto más los he probado, más me he convencido de que no eran para mí...
De todas formas, estoy de acuerdo en lo que dices de que las costumbres tienen mucho que ver en la manera de alimentarnos. E incluso la compañía y el entorno nos pueden hacer cambiar nuestros gustos. Yo por ahora sigo descubriendo cosas nuevas de vez en cuando, pero con lo amargo... bufff. Será cuestión de seguir probando.
Gracias y un saludo!
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